Entre otros factores, la obesidad influye en gran manera en los pacientes que padecen apnea del sueño. Alteraciones respiratorias como la roncopatía o la hiperventilación alveolar también son otros síntomas de riesgo que provoca el sobrepeso.
Pero, ¿de qué modo influye? La apnea del sueño es un síndrome cuya principal característica es el cese de la respiración durante unos segundos mientras dormimos. Esto sucede porque existe un esfuerzo respiratorio ya que las vías aéreas están cerradas. Los depósitos de grasa del cuello comprimen el lumen de la vía aérea y hace que además, el paciente ronque.
Esta enfermedad, que entre otros factores, está provocada por la obesidad y el sobrepeso, está muy prevalente en la comunidad médica ya que supone un problema para la salud pública y el número de pacientes que la padecen es cada vez mayor. Este síndrome causa hipertensión arterial, y produce además un aumento del riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, deterioro de la calidad de vida del paciente y causa importante de la mortalidad en nuestro país.
Por tanto, en los pacientes obesos, la apnea del sueño se produce principalmente porque existe un exceso de grasa que impide que la musculatura que mantiene la vía superior abierta haga correctamente su función, y produzca como resultado varias paradas respiratorias durante el sueño.
A su vez, padecer estas alteraciones durante el sueño complica también los síntomas de la obesidad, ya que la falta de oxígeno produce trastornos metabólicos como la alteración de hormonas como la leptina y la grelina, que influyen y regulan el apetito.
Estos factores son especialmente graves en los más pequeños. La obesidad infantil es una enfermedad cada vez más común, y el riesgo de padecer apnea del sueño puede resultar muy graves para su desarrollo corporal y cognitivo. En definitiva, la obesidad y la apnea del sueño van de la mano, y son perjudiciales la una para la otra, ya que afecta en gran medida a los pacientes que la padecen, reduciendo su calidad de vida y su salud.
Por ello, prevenirlas y combatirlas resulta primordial para disminuir los riesgos de afección y mortalidad, y aumentar la buena salud de los que la padecen.